febrero 03, 2005

Ángeles

Es un bosque hermoso, inmenso, se puede sentir el olor característico de los árboles, las plantas, el musgo húmedo. Y cosa rara, siento, mas que escucharlo, el sonido que hace el pasto, la grama, cuando lo pisas al caminar. Es raro. Antes solo caminaba y nada, pero ahora lo siento.

Siempre es hacia delante, siempre avanzo, y aunque puedo darme vuelta y ver detrás de mí, solo veo el camino que se pierde entre los árboles, y lejos, siempre veo algo, pero no puedo reconocer qué es. Me intriga, pero como otras veces antes, no le doy importancia. Simplemente avanzo, ya sé a donde debo ir. No corro y tampoco me pongo remolón. Siempre llego. Siempre.

Avanzo y siento el sol en la cara. Me quema, es una agradable sensación, el sol de primavera. No quema como en verano y aunque corre un fresco viento, sé que no es otoño y que el invierno aún esta lejos. Esta vez me asombra que pueda pensar, que pueda razonar a este nivel, dejándome llevar, dejando divagar la mente en estos pensamientos. Me desconcierta de cierta manera.

El pasto deja espacio a las piedras pequeñas. Guijarros. Es un placer sentir ese ruidito característico de un camino de guijarros. Pero ya estoy cerca y una vez más tengo miedo de que esta vez no pueda hacerlo, de que esta vez fallaré. Odio esa sensación.

Me detengo y los veo llegar, saliendo del bosque, como siempre, tan risueños, tan felices. Pienso que hacia tiempo que no los veía y, cosa rara, ya me hacia falta verlos, aunque no sé quienes son. Son mellizos, eso se nota a leguas, rubios, pequeños, tal vez 6, máximo 7 años. Un niño y una niña. Camino hacia ellos, atento y aterrorizado como la primera vez. Quiero correr hacia ellos pero sé que no puedo.

Y aparece, como siempre. Es grande, de pelaje blanco. Es majestuoso en verdad, ahora que lo pienso mientras escribo. Parece un perro inmenso, casi podría decir que es un lobo, pero no. Y una vez más veo sus ojos y, tan rápido como el destello de una idea, sé lo que esta pensando. Corro para interponerme entre él y los niños, porque ya él ha empezado a correr. Tengo miedo pero no me detengo. El pecho debería quemarme por el esfuerzo, mis piernas me deberían flaquear, mis brazos deberían doblarse, pero estas son ideas posteriores al hecho, ahora que estoy aquí sentado escribiendo.

Lo alcanzo. Empieza otra vez. Peleamos. Quiere atacar a los niños y yo no lo dejo. Nunca lo he dejado. Nunca lo dejaré. Pero me muerde. Los brazos, el pecho, nunca la cara. Duele, maldición. Duele. No lo voy a dejar. No lo voy a dejar. ¿De donde viene esta fuerza, esta motivación, para alguien como yo que solo se deja llevar?. Siento como su cuello se parte, como cada hueso del cuello cruje, mientras me clava los dientes al costado. Lo alzo y lo zarandeo, y... siento un extraño placer al escuchar el "crack" final de su cuello. Sigo teniendo miedo y no sé por qué.

Me miro los brazos. Las heridas son profundas, como siempre. La sangre me brota a borbotones. Debería estar muerto, pero no es así. Mi polo es rojo ahora.

Me abrazan. No quiero que me abracen, no quiero que se ensucien de sangre, pero siempre me abrazan. Y me sonríen. Me toman de la mano cada uno y empezamos a caminar, siguiendo el camino. ¿Podré al fin saber a donde vamos?

No.

Me he despertado y mi madre me llama a desayunar. Anoche he vuelto a soñar con ellos.

2 comentarios:

Gastón dijo...

Vaya, en verdad volviste a verlos, como hace tantos años. Yo sigo pensando que son los hijos que vas a tener. También sabes qué pensamos que es el lobo. Suerte, viejo.

Tortuga Maldita dijo...

Si hace bastante que no los veías tal vez te protejan de algo, trata de recordar hace cuanto soñaste con ellos y en qué circunstancias. Tambien creo que puedan ser tus pequeños.Tal vez tambien te protejan de cosas... Como tu con ellos.