Cerca de mi casa había un "pinball", chiquito, caleta, con unas 5-7 maquinas. Me metí para jugar, no recuerdo qué, y vi un montón de muchachos delante de una maquina, vitoreando y gritando de excitación ante ella. Me acerqué y como era más alto que el resto no tuve problemas para ver la pantalla. La escena era selvática, mucho verde, mucho animal por aquí y por allá y nativos que vitoreaban a dos figuras: un gringo vestido de militar y un... monstruo verde de pelo naranja. Y ambos personajes pelean. Puñetes, patadas, saltos imposibles. Era un juego de peleas más. Pero entonces el gringo llevó sus brazos hacia atrás y con un rápido movimiento hacia adelante, de sus mismos brazos salió expedido un anillo de, fuego me pareció aquella vez, contra el monstruo verde que se había hecho proyectado contra el gringo, girando como una bola. El anillo chocó contra el monstruo y este cayó derrotado. La gente gritaba entusiasmada al jugador que controlaba al gringo, mientras el otro se alejaba de la palanca. Otro muchacho se colocó delante de la palanca abandonada, metió su ficha. Apareció un menú para elegir a tu personaje. Eligió a otro gringo, vestido con un karategi rojo. La pelea duro poco, el nuevo gringo con una andanada de patadas y una bola de energía que salía de sus manos, iba ablandando al gringo militar. Y en un acto desesperado el militar saltó para encajarle una patada al gringo karateca y este sacó un gancho que lo elevó del suelo, girando sobre si mismo. El militar caía derrotado mucho antes que el gringo cayera al suelo.
Estaba impresionado. Anonadado por demás. Por alguna razón mire mi reloj y vi que llevaba allí adentro 35 minutos. No me había parecido tanto. Me fui volando a alquilar mi película y regresar a mi casa, no había dicho que me demoraría tanto.
Al día siguiente, aprovechando que debía devolver la película alquilada, entré al pinball de nuevo. No había nadie delante de la maquina. Metí mi ficha, ya había decidido usar al karateca de rojo cuando vi a otro karateca, de blanco, japonés con un nombre cortito: Ryu. Yo sabía que significaba dragón. Lo elegí a él. Heh, la pelea duro poquísimo, traté de reproducir en la palanca los movimientos que estaban en un sticker debajo de la pantalla. Mi contrincante era una mujer, china. Sus largas piernas estaban destrozándome. Pero justo antes de perder la última línea de la barra que indicaba mi vida, un gancho como el que había visto el día anterior golpeó a la china en el mentón. Al parecer no le gustó mucho, pues mil patadas en un segundo cayeron entre mis piernas, tórax y cabeza. Perdí. Pero estaba feliz.
Así empezó mi andar junto a Street Fighter. El que vi aquella vez era la versión II. “Street Fighter II”. Allí aprendí sobre Ryu, Ken, Chun Li, Guile y tantos otros. Aprendí de Hadokens, Shoryukens, Kikoushous, Sonic Booms y tantas cosas más. Y caí embelezado por este pequeño mundo virtual y su historia.
Cuando llegó el SNES, junto con Mario, Contra y demás, también llegó la versión casera de SF. Los fines de semana con los amigos son inolvidables. Las risas, los gritos, la diversión, la piconería. Todos son muy gratos recuerdos de aquellos años libres de obligaciones.
Los años siguieron pasando, nuevas versiones y nuevos personajes siguieron apareciendo y siempre yo ahí, fiel. Hasta que finalmente no se produjo una nueva versión. El boom de los juegos de pelea 2D se había acabado. Era hora de darle paso al 3D. La vieja escuela debía desaparecer.
20 años después (18 para ser exactos) desde aquella vez que lo descubrí, la vieja escuela ha regresado. Y no para demostrar nada, sino para entretener como hace tantos años, a todos los fanáticos y fieles seguidores.
Bienvenido seas, viejo camarada: Street Fighter IV