Estos dos últimos días han sido extraños y a la vez alentadores. Pero hoy día Lunes, en que me sentía especialmente "bajeton", han sucedido cosas que dan qué pensar.
Mi cuarto es un desorden ordenado, como la mayoría piensa de su cuarto. Las cosas están donde las dejamos y allí siempre las encontraremos, sea este o no su lugar adecuado. Mis libros están donde los deje la ultima vez y mis CDS y revistas estarán revoloteando por allí hasta que tenga necesidad de ellos. Por supuesto, esto es hasta que vienen a limpiar y ordenar.
Bueno, buscando un libro prestado (si Gastón, ese) encontré un libro de poemas muy querido por mí. El libro de poemas de mi abuelo materno, ya fallecido. Hacia tiempo que no lo leía y al abrirlo lo hice por el poema dedicado a mi abuela, donde mi abuelo expresa todo. Fue una delicia y un sentimiento que no puedo explicar leerlo de nuevo. Mi abuelo era un caballero, sí, y no me refiero al hombre educado y gallardo que todavía existe, sino al verdadero caballero, al tipo quijotesco que no se ve más, al de aquella época que ya pasó.
Más tarde encontré, al buscar mi billetera en el cajón de mi escritorio, una vieja carta, amarillenta. Una carta escrita por una Dama, con todas sus letras bien puestas. Mi tía materna me la escribió, cuando cumplí 16 años, una carta dedicada "al caballero que ella conocía tan bien" y en la cual me deseaba lo mejor y que me convirtiera en un gran hombre, pero que cualquiera fuera mi edad, yo siempre sería Martincito. Y es la única persona a la cual le permití llamarme así, incluso hasta el final, cuando el cáncer nos la arrebató a todos. Tenía un nudo en la garganta que no se me quito hasta el almuerzo.
Después de almorzar y con mi abuelo y mi tía en la cabeza, fui al cuarto donde guardamos las cosas, un desván si quieren llamarlo así, buscando una lata de clavos, cuando al mover unas cajas me encontré un carro de madera, con sus ruedas y pintado como carro policía. Fue un regalo de mi tío, el esposo de la Dama. Hecho a mano, porque mi tío amaba la carpintería, era su hobbie, su vicio, no el único, porque mi tío no era virtuoso, ni mucho menos. Pero lo que sí era, era un hombre que amaba a mi tía con toda su alma. Él era su guardián. Y todos supimos como le dolió quedarse sin ella. Tanto que no pudo soportarlo...
Mi madre regresó de visitar a mi abuela y trajo un video que mi prima (hija de la Dama y su guardián) había hecho con películas familiares. No tenía nada mejor que hacer y me puse a verlo. Eran videos antiguos, de fiestas y reuniones. Fue divertido vernos a todos juntos, a toda la familia reunida, disfrutando de diferentes reuniones y ocasiones: el cumpleaños del abuelo, la abuela, navidades, bautizos, primeras comuniones, etc. Hasta que vi la una escena en particular, el término, el punto final se podría decir, de un día raro.
Fue en mi casa, en una parrillada con toda la familia y mi prima filmándolo todo, la cámara siempre ha sido su pasión. Y salíamos todos.
En un sofá en el patio mi abuelo comía con gusto la comida preparada por sus hijas y a su lado, cuidándolo, mi tía lo veía, limpiándole la boca con una premura y una bondad que solo se ve cuando el tiempo ha pasado, pero no en el instante. Y al lado de ella, alegre y medio zampado, mi tío, medio adormilado, medio feliz, riendo con su risa, esa risa fuerte, sin tapujos que tenía. Y así, los tres se voltean y saludan a la cámara y sonríen. Dios. Por un segundo, así, pensé, me sonríen. ¿Qué más podía pensar?
Son tres personas que no están más conmigo, pero son tres personas que me han hecho, junto con mi familia inmediata, me han hecho lo que soy. Tres personas que quise y quiero, tres personas que han venido a decirme, a recordarme lo que soy.
Abuelo Alberto, Tía Carmen y Tío Henry, muchas gracias. Intentaré no fallarles otra vez.
Mi cuarto es un desorden ordenado, como la mayoría piensa de su cuarto. Las cosas están donde las dejamos y allí siempre las encontraremos, sea este o no su lugar adecuado. Mis libros están donde los deje la ultima vez y mis CDS y revistas estarán revoloteando por allí hasta que tenga necesidad de ellos. Por supuesto, esto es hasta que vienen a limpiar y ordenar.
Bueno, buscando un libro prestado (si Gastón, ese) encontré un libro de poemas muy querido por mí. El libro de poemas de mi abuelo materno, ya fallecido. Hacia tiempo que no lo leía y al abrirlo lo hice por el poema dedicado a mi abuela, donde mi abuelo expresa todo. Fue una delicia y un sentimiento que no puedo explicar leerlo de nuevo. Mi abuelo era un caballero, sí, y no me refiero al hombre educado y gallardo que todavía existe, sino al verdadero caballero, al tipo quijotesco que no se ve más, al de aquella época que ya pasó.
Más tarde encontré, al buscar mi billetera en el cajón de mi escritorio, una vieja carta, amarillenta. Una carta escrita por una Dama, con todas sus letras bien puestas. Mi tía materna me la escribió, cuando cumplí 16 años, una carta dedicada "al caballero que ella conocía tan bien" y en la cual me deseaba lo mejor y que me convirtiera en un gran hombre, pero que cualquiera fuera mi edad, yo siempre sería Martincito. Y es la única persona a la cual le permití llamarme así, incluso hasta el final, cuando el cáncer nos la arrebató a todos. Tenía un nudo en la garganta que no se me quito hasta el almuerzo.
Después de almorzar y con mi abuelo y mi tía en la cabeza, fui al cuarto donde guardamos las cosas, un desván si quieren llamarlo así, buscando una lata de clavos, cuando al mover unas cajas me encontré un carro de madera, con sus ruedas y pintado como carro policía. Fue un regalo de mi tío, el esposo de la Dama. Hecho a mano, porque mi tío amaba la carpintería, era su hobbie, su vicio, no el único, porque mi tío no era virtuoso, ni mucho menos. Pero lo que sí era, era un hombre que amaba a mi tía con toda su alma. Él era su guardián. Y todos supimos como le dolió quedarse sin ella. Tanto que no pudo soportarlo...
Mi madre regresó de visitar a mi abuela y trajo un video que mi prima (hija de la Dama y su guardián) había hecho con películas familiares. No tenía nada mejor que hacer y me puse a verlo. Eran videos antiguos, de fiestas y reuniones. Fue divertido vernos a todos juntos, a toda la familia reunida, disfrutando de diferentes reuniones y ocasiones: el cumpleaños del abuelo, la abuela, navidades, bautizos, primeras comuniones, etc. Hasta que vi la una escena en particular, el término, el punto final se podría decir, de un día raro.
Fue en mi casa, en una parrillada con toda la familia y mi prima filmándolo todo, la cámara siempre ha sido su pasión. Y salíamos todos.
En un sofá en el patio mi abuelo comía con gusto la comida preparada por sus hijas y a su lado, cuidándolo, mi tía lo veía, limpiándole la boca con una premura y una bondad que solo se ve cuando el tiempo ha pasado, pero no en el instante. Y al lado de ella, alegre y medio zampado, mi tío, medio adormilado, medio feliz, riendo con su risa, esa risa fuerte, sin tapujos que tenía. Y así, los tres se voltean y saludan a la cámara y sonríen. Dios. Por un segundo, así, pensé, me sonríen. ¿Qué más podía pensar?
Son tres personas que no están más conmigo, pero son tres personas que me han hecho, junto con mi familia inmediata, me han hecho lo que soy. Tres personas que quise y quiero, tres personas que han venido a decirme, a recordarme lo que soy.
Abuelo Alberto, Tía Carmen y Tío Henry, muchas gracias. Intentaré no fallarles otra vez.
3 comentarios:
El pasado es un enemigo cruel y una dulce amante.
Supiste lo que es crecer en una familia donde existe mucho afecto.Lo cual es muy bello.Bello y preciado.Esas personas que han partido nos dejan muchas enseñanzas y muchos recuerdos que tenemos que guardar muy dentro nuestro.Gracias por compartirlo.
Te dejo una chiquita de Fito:
Parece que fue ayer cuando se fue/
al barrio que hay detrás de la estrellas/
la Muerte que es celosa (y es mujer)/
se encaprichó con él/
y lo llevó a dormir, siempre con ella.
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